Cerca de la frontera con Tíbet, Kyanjing Gompa como toda la parte superior del valle de Langtang, nos ofrece la típica estampa que uno espera de Nepal: paisaje de montaña, pueblos de tejados azules y vistas de cimas nevadas que dejan sin palabras. Etnia, religión y apariencia tibetana que debió ser reconstruida como en todo el Valle tras el tremendo terremoto de 2015.
Llegar a este pueblo es llegar a una especia de non plus ultra; ya no hay más lodges ni opciones de alojamiento por encima de él (a no ser que os alojen en una vivienda particular). El valle del río se abre como un gigante cauce de piedras blancas, que contrasta con las vertiginosas cimas que lo rodean. Quizás por eso, aunque las gentes sean hospitalarias, el aire que transmite es el de los lugares salvajes. Una localización fronteriza impresionantemente hermosa que exige 3 días de marcha para alcanzarla.

Amanecer en la villa con el sol refulgiendo sobre el Langtang Lirung.
Kyanjing Gompa como toda la parte superior del valle de #Langtang, nos ofrece la típica estampa que uno espera de #Nepal
Llegando a Kyanjing Gompa.
Un paisaje salvaje. Un árbol de 25 metros. Llueve intermitentemente. Las nubes se desgarran haciendo aparecer picos afilados. 5.000 metros, 6.000…
Aristas de nieve y roca. Aire frío. Paso a paso como una foto fija de las botas avanzando sobre la tierra negruzca, durante 4 horas. Casas de tejados azules en el horizonte y, a un lado, mucho más bajo, un torrente de cantos y arena que destella blanquecino travestido de glaciar.
La belleza es tan sobrecogedora que hace parecer el sitio un descubrimiento; como si fuésemos los primeros en llegar allí. Y no es así claro, los numerosos carteles ofreciendo alojamiento lo demuestran. Pero es igual.
Kyanjin recibe como a un forastero. Sigue indiferente la ida y venida de caminantes en capas de lluvia que atraviesan los caminos. El aire huele a frontera. ¿Será cierto que hay lugares indomables? ¿Puede ser cálida la nieve? Porque a pesar del horizonte amenazante, hay algo de hospitalario en esas chimeneas humeantes y esas casas arracimadas.

Cabecera del Río Langtang. Más allá... parece que no hubiera más allá en un sitio tan impresionante.
Una canción tibetana.
Los caminantes se arremolinan alrededor de la estufa. El calor brilla anaranjado como un faro mientras fuera la luz es azulada.
Dentro de los alojamientos siempre hay una especia de promesa de hogar, un té caliente, unas conversaciones compartidas; juegos improvisados para matar el tiempo. Nadie se queda en las habitaciones. Buscamos el calor de los otros, la presencia de humanos frente a la naturaleza misteriosa que reina más allá de las ventanas.
Y entonces sucede la magia. Una canción nepalí comienza a sonar, hechizándonos a todos. Ya no hay frío ni amenazas; ahora todo es familiar y nos sentimos arropados.
En busca del glaciar.
Con el calor en el pecho decidimos salir de nuevo a una excursión corta de unas 3 horas: vamos a buscar las vistas de los glaciares cercanos, que descienden desde el Langtang Lirung y picos cercanos a más de 7.000 metros.
Un camino que sigue el cauce del río desde el monasterio de Kyanjing Gompa, pasando por la fábrica de quesos, nos adentra de nuevo en la aventura. La tarde se cierra y empiezan a descender las nubes formando una neblina, que sólo por momentos permite adivinar las montañas que nos rodean. La subida es más dura de lo que pensábamos y los 4.000 metros se notan en los pulmones. 4.100, 4.200.
Y donde parece imposible, aparece un nuevo valle con aspecto de circo. El horizonte es una capa gris, pero con mejor tiempo las vistas deben ser indescriptibles. Las ventanas que se van formando entre las nubes nos dejan espiar las gigantescas montañas y, por fin, retazos de los impresionantes glaciares que parecen ríos congelados. Masas de roca y hielo que bajan de las laderas como una manada de colosales caballos desbocados.
Las niebla se cierra cada vez más, la temperatura baja, y la luz de la tarde empieza a dar señales de agotamiento. Lo más prudente es volver, pero la atracción del sitio y el momento es poderosa. Resulta difícil darle la espalda y dejar atrás esas visiones que, incluso tapadas por el manto gris de la humedad, son un espectáculo.
Nos marchamos sin hablar con una quietud en el aire tan densa como la niebla que nos rodea. Nosotros callamos porque en el silencio, resonando sin sonido, se escucha la canción de las cumbres
La canción de las montañas.
Las montañas asoman como deidades ajenas y monstruosas, a fuerza de inmensas e ingobernables. Caminar cimas es siempre un permiso temporal, una condescendencia de gigantes que pueden hacerte desaparecer con un solo gesto.
No somos más que briznas de hierba, y nunca es tan verdad esta afirmación como entre colosos. No te confíes por tu experiencia y equipación, por los partes meteorológicos y los tejidos técnicos de tu ropa. Más bien siéntete desnudo ante esa presencia inmensa y reconoce la única verdad que existe:
Aunque vuelvas al calor de la estufa, aunque consigas volver una y otra vez tras subir todas y cada una de las cimas del mundo, no eres nada. Y nunca lo serás.
Porque ellas ya estaban ahí antes de que vinieras. Porque tu pasarás y ellas seguirán allí, indiferentes a todos los que llegan. La canción de las montañas es la canción de la humildad, en Kyanjing Gompa y en todas las cimas del mundo.
Porque no somos nosotros los que conquistamos las montañas. Son siempre ellas las que nos conquistan a nosotros.
Realmente increíble! Mientras leíamos parecía que estábamos allí. Le tenemos muchas ganas a este país y lo visitaremos más pronto que tarde. Saludos!
¡Muchas gracias!
La verdad es que es un lugar muy especial, muchas emociones se viven al pie de los Himalayas.