[vc_row][vc_column][vc_column_text]“Sendero a Boca do Inferno… Veremos a ver” me dije torciendo la boca con escepticismo, mientras me quitaba el casco y lo metía bajo el asiento del scooter.
Venía de quedarme boquiabierto con la visión de Sete Cidades, recorriendo una carretera tan espectacular como bella. Había continuado subiendo desde Vista do Rei, me sentía deslumbrado y me encontraba en un estado de ánimo bastante íntimo. Por eso de primeras no me alegraba que hubiera gente y tráfico por allí.
Junto a la carretera encontré la explanada que sirve de aparcamiento, con varios paneles informativos de distintos senderos y normativas. Algunas parejas y familias entraban o salían de los coches, era fácil distinguir a los locales de los extranjeros. Los primeros iban vestidos como para salir a comer, echar un día de domingueo; los guiris, incluyéndome a mí, íbamos pertrechados con ropas y calzado de senderismo; algunos incluso con bastones y pequeñas mochilas a las espaldas.
Eché un vistazo rápido a la entrada del sendero, en la otra parte de la carretera; suelo de gravilla prensado, preparado para el paso de coches; márgenes protegidos con una vaya de madera… “¡Foh! Esto va a ser un paseo por turistalandia” pensé con más escepticismo aún. Me ajusté las correas de la mochila, coloqué la cámara a mi costado para que no me molestara y empecé a andar hacia la entrada.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_single_image image=»3055″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
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Buscando la laguna.
Los primeros pasos en el suelo sonaron con ese especial sonido que tienen los pisos de grava. El sol andaba más escondido que valiente entre las nubes, que se estiraban deshilachándose en hebras por el viento, o se juntaban en gruesos cúmulos. El sendero era bastante ancho, como para dos direcciones de coche incluso.
Una densa hilera de altísimas copas enmarcaba la escena, con tanta frondosidad que apenas podía entreverse entre ellas. Tenían forma de lanza y troncos rojizos, quizás fueran Cedros del Japón, una de las especies que se había convertido en invasora en Sao Miguel.
Delante de mí vi a una joven pareja de españoles. Los reconocí incluso antes de escucharlos por la forma de vestir y esa tendencia al postureo selfie: ella iba con unos cortísimos short y el pelo recogido en dos trencitas a cada lado de la cabeza. Unas anchas gafas de sol muy trendies y un sombrero, más propia para una cerveza en un chiringuito de Ibiza que para senderismo.
También ví a una familia americana desviarse por la derecha y adentrarse entre los árboles. Me extrañó pues todo el recorrido estaba delimitado y no se podía salir de la dirección principal. Pasé por el mismo sitio y vi unas escaleras de tierra y leños que parecían no llevar a ninguna parte. Decidí continuar adelante, intentando entrever algo entre los troncos, hasta que pasados unos 20 metros empecé a distinguir el brillo del agua entre la oscuridad.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Me dí la vuelta y entonces si vi el cartel “Lagoa do Canario”. Se me había pasado. Apenas bajé un tramo de peldaños, comenzó la magia.
Todos los prejuicios, todo el escepticismo desaparecieron dejando un leve sabor a vergüenza. Ya no me importaba si era más turístico o menos, si el camino era fácil o salvaje. De repente estaba en un bosque como de “El Señor de los Anillos”. De esos bosques que lo hacen a uno enmudecer, que te hacen sentir que casi hay que pedir permiso para pasar.
El aire se volvió denso, fresco y húmedo. Los troncos rojizos sudaban empapados, o se cubrían de una gruesa capa de musgo y líquenes. Había verde en las ramas, en el suelo, en los troncos. Había verde hasta en la luz y en el aire… Así debían ser los bosques de leyenda.
El camino se abrió rápidamente a la claridad y allí estaba, pequeño como un joyero. Recuerdo que lo primero que pensé fue “yo quiero vivir aquí”… Me quedé sin palabras una vez más. Había llegado al lago.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
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Lagoa do Canario.
[/vc_column_text][vc_single_image image=»3056″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][vc_column_text]La laguna es pequeña comparada con sus grandes hermanas de Sete Cidades; además no ofrece esos espectaculares panoramas, de perspectivas amplias y violentas. A cambio esa masa de agua rodeada de árboles por todas partes, ofrece un aire íntimo y familiar. Como el lugar idóneo para una cabaña de madera en la que esconderse del mundo, sin más distracción que la propia belleza del sitio.
Las orillas están enfangadas y el bosque llega hasta casi el mismo borde del agua. Así que no hay mucho margen en el que moverse, el lago te obliga a simplemente pararte y contemplar. Y estando como estamos acostumbrados a estar sobresaturados de imágenes, de compromisos, de cosas a las que mirar que cambian continuamente con aires de necesidad…
Allí está este rincón sin pretensiones, sin distracciones, sin nada más que ofrecer. Simplemente respirar, quedarse en silencio y dejar la mente en blanco.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
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Sendero a Boca do Inferno.
El resto del camino lo realicé espiando continuamente entre los árboles, asomándome a los claros que aparecían. Estaba impresionado por la enorme sensación de fuerza que tiene la naturaleza en este lugar, y en general en las zonas boscosas de Sao Miguel.
No se trata de los árboles ni de la fauna, es mucho más que eso. Una sensación que no viene del paisaje ni del entorno, es una fuerza que se puede sentir, que es física; y no me refiero a lo salvaje, o a esa euforia de poder que se siente en las montañas.
Es como una sensación de creación, de fertilidad, de nacimiento. Hay lugares donde la naturaleza está “preñada” y derrama como un torrente esa energía, parecida a la que se siente en las tormentas. Pero sin rayos ni lluvias violentas. Amable, enorme, llena de vida. No en todos sitios está, pero cuando aparece suele estar relacionada con el agua, con nacimientos, ríos o lagos. Yo he tenido la suerte de sentirla especialmente en Bali y, de nuevo, en Sao Miguel.
Con estas sensaciones tan fuertes, cuando me quise dar cuenta había llegado al inicio del trecho final del sendero a Boca do Inferno. Unas escaleras marcaban el punto de acceso, donde habían aparcado varios coches; no entendí muy bien el punto de perderse el precioso paseo sin bajarse del auto pero… cada uno es como es.
La cuestión es que casi todo el mundo se daba la vuelta al llegar a un letrero. Obras de arreglo del camino habían obligado a cerrar el acceso al mirador de Boca do Inferno. Aún así las vistas hacia la Lagoa Azul, una de las varias que hay en la caldera de Sete Cidades, era impresionante.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_single_image image=»3057″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Hice las fotos de rigor y en vez de comenzar a volver, decidí seguir la pista de tierra hacia la derecha. Apenas pude andar una decena de metros más, era en realidad un sitio para que los coches pudieran dar la vuelta. Pero por fin allí estaba solo y no pude resistirme a meterme en el bosque.
Bajé lo que me permitió el terreno sin perder de vista el punto por el que accedí, no quería perderme sin internet, ni comida ni bebida. Busqué un sitio donde poder tumbarme, me quité la camiseta para sentir la tierra y allí me quedé disfrutando; viendo las gotas de agua caer desde los líquenes de las ramas, adivinando las nubes entre las copas de los árboles. Y disfrutando de esos bosques de leyenda que rodean al mirador de la Boca do Inferno.[/vc_column_text][vc_single_image image=»3053″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_text_separator title=»» i_icon_fontawesome=»fa fa-info» i_color=»green» color=»green» border_width=»2″ add_icon=»true»][vc_row_inner][vc_column_inner width=»1/2″][vc_column_text]
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Información práctica.
- Ubicación: siguiendo la carretera principal desde Vista do Rei en el camino a Sete Cidades. En vez de bajar hacia el pueblo, continuar por la carretera recto hasta encontrar una explanada para aparcamiento.
- Distancia: unos 2´9 km.
- Tiempo: lo que quiera uno echarle jejeje, sobre todo si os gusta la fotografía. Pero en 2´5 horas se hace.
- Dificultad: muy fácil.
- Enlace wikiloc.
[/vc_column_text][vc_column_text]Si queréis saber más de esta maravillosa isla de Azores, podéis leer los 9 motivos para visitar Sao Miguel.[/vc_column_text][/vc_column_inner][vc_column_inner width=»1/2″][vc_gmaps link=»#E-8_JTNDaWZyYW1lJTIwc3JjJTNEJTIyaHR0cHMlM0ElMkYlMkZ3d3cuZ29vZ2xlLmNvbSUyRm1hcHMlMkZkJTJGdSUyRjAlMkZlbWJlZCUzRm1pZCUzRDFqRkZULW0tRTluVjlkY2V1ZWdRUThIYU9rdVhCYVRLbCUyMiUyMHdpZHRoJTNEJTIyNjQwJTIyJTIwaGVpZ2h0JTNEJTIyNDgwJTIyJTNFJTNDJTJGaWZyYW1lJTNF»][/vc_column_inner][/vc_row_inner][/vc_column][/vc_row]
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